martes, 30 de julio de 2013

20. CRUZ DE DOÑA BERNA

CRUZ DE DOÑA BERNA

El Puquio estaba a cuatro cuadras de la ciudad, separado por invernas de grama y raygras, se pasaba la quebrada del Agua Dulce, el camino de los Pallanos hoy calle del Colegio, la Cruz de doña Berna y se llegaba a los manantiales que dan su nombre a este hermoso barrio de Tacabamba que finaliza con la bajada al río, un camino empinado y pedregoso hacia la capilla de la Cruz del Puente, pase estratégico con techo sobre el río grande que permite pasar a Luzcapampa y subir a Cumpampa la campiña bonita.

Había que detenerse a la altura de la casa de doña Bernabé Pardo para saludarla o contestar su saludo y charlar ligeramente con ella. Era una anciana de buenas prendas (linaje familiar) que por designios de la vida quedó sola y pobre ocupando un terreno al lado del camino al Puquio donde sus antecesores habían colocado una cruz de palo para proteger sus chacras, como era costumbre y fe.




La propiedad era muy pequeña, reducida a medio almud de semilla, un solar grande prácticamente, antes, según ella decía, era grande y señalaba como colindantes las propiedades de los vecinos don Benigno Rodríguez , Vicente Collantes, doña Ermelinda Quijano, doña Carmen Guevara, Manuel Vidaurre, etc.

Antes se decía doña a las señoras potentadas, a las pobres simplemente la fulana, la mengana, o también ña (apócope de doña); pero doña Berna era la excepción, menesterosa pero siempre doña a flor de labios.

Es que conservaba la fiesta familiar de la cruz el tres de mayo de todos los años, si ya no podía convidar gratuitamente a todos como antes, pero sí lo hacía previa colaboración de dinero o cuota, que ella decía clota en su modo de hablar. Sus amistades, sabiendo lo tradicional del plato que siempre se ofrecía, anteladamente le traían a obsequiar cuyes y papas entre otros.

Durante todo el año criaba en su choza los apetecibles roedores, alimentados con nudillo y con bejucos que siempre cargaba en voluminosos quipes en sus diarios paseos por los caminos, chacras e invernas. Nadie le llamaba la atención porque mencionaba siempre la fiesta anual “los cluyes pa la fiesta de mi cluz”, y como era tan milagrosa y tan castigadora...... . En su corral criaba los pollos y gallinas que con frecuencia deambulaban casi todo el día por el camino y las invernas y chacras vecinas, pero al atardecer ya estaban de vuelta para dormir en dos árboles que hacían de gallineros. Los jaraneros y trasnochadores de la ciudad los visitaban para robarse un par de gallinas y convertirlas en reconfoEl Puquio estaba a cuatro cuadras de la ciudad, separado por invernas de grama y raygras, se pasaba la quebrada del Agua Dulce, el camino de los Pallanos hoy del Colegio, la Cruz de doña Berna y se llegaba a los manantiales que dan su nombre a este hermoso barrio de Tacabamba que finaliza con la bajada al río, un camino empinado y pedregoso hacia la capilla de la Cruz del Puente, pase estratégico con techo sobre el río grande que permite pasar a Luzcapampa y subir a Cumpampa la campiña bonita.
Había que detenerse a la altura de la casa de doña Bernabé Pardo para saludarla o contestar su saludo y charlar ligeramente con ella. Era una anciana de buenas prendas (linaje familiar) que por designios de la vida quedó sola y pobre ocupando un terreno al lado del camino al Puquio donde sus antecesores habían colocado una cruz de palo para proteger sus chacras, como era costumbre y fe.
La propiedad era muy pequeña, reducida a medio almud de semilla, un solar grande prácticamente, antes, según ella decía, era grande y señalaba como colindantes las propiedades de los vecinos don Benigno Rodríguez , Vicente Collantes, doña Ermelinda Quijano, doña Carmen Guevara, Manuel Vidaurre, etc.
Antes se decía doña a las señoras potentadas, a las pobres simplemente la fulana, la mengana, o también ña (apócope de doña); pero doña Berna era la excepción, menesterosa pero siempre doña a flor de labios.

Es que conservaba la fiesta familiar de la cruz el tres de mayo de todos los años, si ya no podía convidar gratuitamente a todos como antes, pero sí lo hacía previa colaboración de dinero o cuota, que ella decía clota en su modo de hablar. Sus amistades, sabiendo lo tradicional del plato que siempre se ofrecía, anteladamente le traían a obsequiar cuyes y papas entre otros.

Durante todo el año criaba en su choza los apetecibles roedores, alimentados con nudillo y con bejucos que siempre cargaba en voluminosos quipes en sus diarios paseos por los caminos, chacras e invernas. Nadie le llamaba la atención porque mencionaba siempre la fiesta anual “los cluyes pa la fiesta de mi cluz”, y como era tan milagrosa y tan castigadora...... . En su corral criaba los pollos y gallinas que con frecuencia deambulaban casi todo el día por el camino y las invernas y chacras vecinas, pero al atardecer ya estaban de vuelta para dormir en dos árboles que hacían de gallineros. Los jaraneros y trasnochadores de la ciudad los visitaban en secreto para robarse un par de gallinas y convertirlas en reconfortante caldo en las madrugadas. Usaban el humo del azufre que quemaban para hacerlas caer asfixiadas y sin hacer ruido.

En todas las fiestas no faltan los paracaidistas, aquellos que caen del cielo, sin ser invitados, y peor, sin colaborar. En la Fiesta de la Cruz de doña Berna abundaban, cosa que la dueña y anfitriona decidió ponerle coto, no permitiendo su ingreso. Consiguió una persona leída que escriba la lista o relación de los invitados contribuyentes y con un estricto controlador (como en las fiestas exclusivas de la “sociedad”) en la tranca de entrada no dejaba el pase de los “vivos” que querían jaranearse y comer de bajada. A todo el que llegaba ella decía: “El que no da clota, no clome cluy”, dicho que se hizo popular en la guerra avisada contra los paracaidistas de toda ocasión.

Después del rezo del rosario, a veces el cura decía la misa en latín, la procesión de la Cruz por El Puquio con la banda de músicos de los Pallanaos., así apodaban a los Hns. Lázaro y José Paredes Vidaurre que la dirigían, la caja y la flauta que resonaba para el accionar de los incansables danzantes maychilejos, llamados así porque en sus piernas chililaban amarrados los cascabeles vegetales que eran las semillas de maichil. Los más conocidos eran los maichilejos soluganos. Seguidamente se servía el almuerzo, que podía variar entre el sancocho y las humitas, pero no podía faltar el cuy frito con papas ahogadas, zarza y ají. Luego en el patio abierto frente de la casa empezaba el baile popular, con banda típica o de músicos toda la tarde y noche, entre humo de cigarros de mayto, llonque y coca, sin faltar las peleas de las mujeres que se trenzaban de los pelos y de los hombres que esgrimían sus bastones de lloque con nudos y a veces sus machetes, testimonios que por muchos días se comentaban y por los que se decía que buena había estado la fiesta ese año.
No solamente la edad avanzada y las condiciones paupérrimas en que vivía “la doña” en referencia hicieron mella en la exquisitez y buena fama de la fiesta de la Cruz de doña Berna, también, como era muy caritativa, aceptó la compañía y ayuda de una pobre y enferma mujer llamada Araminta que en pocos años perdió la cara por efecto de la terrible lepra, lo cual, como es de suponer, terminó por ausentar a los fiesteros de todos los años.
La muerte terminó casi al mismo tiempo con ambas mujeres, la lepra no contagió a nadie porque nadie la temía, receta de las personas que hasta el último las atendieron.
Muchos lustros perduró un juramento casi banal en la inocencia de los juegos de los niños y la muchachada y en la resabiduría perjura de los adultos cuando persignándose decían : “Por la crucita de doña Berna”.




Ante la decadencia de la comentada fiesta, surgió otra, por la iniciativa y entusiasmo de don Tobías Romero “el mono”, zapatero de oficio, popular chupacaña, bohemio y especialista en piqueos, en las mejores ocasiones de gato, que asentaban con la mejor chicha del Alto Perú, eximio guitarrista que hacía hablar “aaaguaaardieeente” a las cuerdas en el fragor de la jarana. Se estableció la festividad de la Cruz del Puente el 5 de mayo, cruz misionera que exhibía rostro pintado de Jesús, corona, INRI, cáliz, sol, gallo, escaleras, lanza, esponja, dados, etc; a la que construyeron capilla al lado del puente sobre el río Tacabamba, que llamaban río grande. En un principio era de índole particular, después, a la muerte de su gestor, quedó a cargo del barrio, con mayordomos y contribuyentes, hasta hoy, un comité de vecinos anualmente en mérito de la tradición y las buenas costumbres, celebran a la Cruz del Puente allá en la Sucursal del Cielo.

bocanegraaugusto@hotmail.es - 2005

“La risa cura, es la obra social más barata y efectiva del mundo”. (Roberto Pettinato)

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