miércoles, 31 de julio de 2013

88. BUENAVENTURA

BUENAVENTURA

Es ésta una castiza palabra compuesta que quiere decir buena suerte o casualidad. También es nombre de un santo, aquel franciscano de nacionalidad italiana del siglo XIII y traído al Perú por los españoles. 



En Tacabamba tiene dos connotaciones importantes: Por un lado, esta palabra guiaba a muchos devotos hacia la estancia de Las Tunas, donde una buena mujer, tan modesta como su propia estatura, con notables dotes religiosas y hábito marrón, llamada doña Agustina, tenía la imagen del santo “Abogado de los estudiantes” al que dedicaban un día de fiesta el 15 de julio de todos los años, con la misa en el templo de la ciudad y la comilona y baile en casa de la dueña al son de la caja y flauta o de las típicas quenas. . Acudían propios y extraños, especialmente las madres de los niños y jóvenes que estudiaban. Recuerdo a las señoras Raquel Gálvez de Paredes, María Zevallos de Cardoso, María Laos de Paredes, Carmen Marquina de Sánchez, Armandina Guevara de Goicochea, a mi madre Ofelia Gálvez de Bocanegra, Sara Vásquez de Gálvez y muchas otras, ir de vez en cuando a visitar al santo Buenaventura con sus flores, velas y milagros de plata para agradecer o encomendar la dedicación y éxitos de sus hijos en el colegio. De vuelta, llegaban a casa con una alforja repleta de limas, naranjas y cañas.

Por otro lado, era el nombre de un personaje nato y popular de nuestros lares: don Buenaventura García, más conocido como Ventura García, natural de Vilcasit y de principal dedicación “maderero”, pues entre otros surtía de la madera procedente de los bosques de Pilco para la construcción de casas, tales son: cumbreras, vigas, viguillas, cintas, costaneras, tijeras, umbrales, tablas, barrotes y postes de chonta para las invernas. Sus años de vida postreros los pasó de “pueblano” como él decía, al comprar una finca en la salida norte de la ciudad, camino a La Palma y Sócota.

“Había una vez” un árbol gigantesco de balsa, caracterizado porque de sus troncos y ramas confeccionan las embarcaciones llamadas canoas y “blalsas” que cruzan y discurren en las aguas del río Marañón y otros que van a la selva, y de sus bellotas se cosecha una especial fibra como algodón sedoso de color marrón que también se llama balsa y que sirve para hacer magníficos colchones y almohadas . Este árbol solitario cuya fronda y altura eran motivo de contemplación por los transeúntes del camino ancho y llano de Las Tunas en dirección a Chiguirip y Cutervo, tenía aproximadamente cuarenta metros de alto y treinta metros de diámetro de su ramaje. Sus flores atraían a numerosos picaflores gigantes también que revoloteaban ante la curiosidad de niños y muchachos que con sus hondas o jebes no alcanzaban a derribarlos. La familia Quintana – Vílchez – Oblitas - lo había sembrado no muy lejos de su casa y durante varias décadas usufructuaron su sombra, balsa y leña de ramas menores que secaban y caían. Era único en el lugar, porque sólo existen en la parte baja del valle, su cálida estancia de Solugán.



Sin embargo, este benéfico aliado de la familia se tornaba en peligroso, pues, por ser tan añejo empezaban a romperse enormes ramas que al caer causaban daños y la misma casa estaba seriamente amenazada. De tal manera que decidieron cortarlo. El problemas era que nadie, nadie se atrevía hacerlo por lo difícil y riesgoso.

Hasta que al fin, siguiendo los consejos de la gente, que el único que podría hacerlo era el experto don Buenaventura García, fueron a contratarlo, el mismo que al ir a verlo y estudiar el caso, dijo que lo dejaran a su “cuenta y riesgo” dada su experiencia y habilidad en estos menesteres, por el pago de X soles, una docena de betas de cuero crudo y sogas de cabuya sacada disponibles, veinte peones forzudos con sus respectivas y filudas hachas, incluyendo el almuerzo, comida y llonque (aguardiente) para todos.

La noticia del corte cundió para el día, fecha y horas convenidos y el público se iba dando cita para ver tremendo y único espectáculo, el mismo que se ubicaba discretamente en lugares apropiados a prudente distancia del árbol “condenado a muerte”. No había posibilidad de hacer el corte por partes empezando por la copa, pues su altura y grosor lo impedían. El especialista maderero había dispuesto una estrategia para tirar o jalar con las cuerdas en dirección opuesta al viento, supuesto mayor peso de las ramas y sobre todo para evitar posibles averías en la casa en el momento culminante en que el enorme tronco al ser cortado en su base empiece a inclinarse.

Usando escaleras y carrizos las cuerdas largas o piezadas eran colocadas en los ramales secundarios y con ellas don Ventura daba las instrucciones a los trabajadores y otros que de los expectantes se incorporaban.

A la orden dada y con las indicaciones previas, los hacheros empezaron su labor. Se escuchaban los certeros golpes del corte y bullicioso entusiasmo de los trabajadores y se veía saltar las astillas en todas direcciones y el relevo de estos cortadores entre las copas de aguardiente que se repartían “para el valor” decían. La cocina humeaba y el trajinar de las cocineras era notorio.

Faltando poco para que el tronco se trozara, don Ventura paralizó el trabajo para disponer y ordenar a los jaladores de las cuerdas. Se sumaban los entusiastas como hacer la minga o minka (trabajo colectivo incaico). Finalmente, se inclina levemente el gigante derrotado, todos gritaban eufóricos ¡jalen! ¡jalen! ¡jalen!. Unos últimos hachazos y corrieron sus actores. El griterío era desbordante, luego callaron un instante y empezaron a vocear, ¡cuidado! ¡cuidado!. Un silencio pasmoso y se vio que los jaladores con cuerdas y todo eran arrastrados como plumas, el monstro vegetal había dado un viraje y se precipitaba sobre la casa. Gritos de desesperación y llanto acompasaron el estrépito que produjo la casa destruida. Don Ventura puesto de rodillas y los brazos levantados al cielo clamaba misericordia.


Felizmente los dueños de todas las edades habían salido a ver y se salvaron, pero la cocina estaba repleta de mujeres que apuraban la preparación de la comida, sólo sintieron el terremoto y quedaron aprisionadas por el techo de broza y el ramaje y sumidas en profundo silencio. Cuando empezaron a pedir auxilio ya estaba la gente abriéndose paso con sus machetes para sacarlas. Un patente milagro había sucedido, todos estaban ilesos aunque demasiado asustados y llorosos. Un reguero de pólvora fue la noticia y comentarios en Tacabamba y todos sus confines.

Don Buenaventura García tuvo que asumir la reconstrucción de la casa en lo peor del caso, pero vivió agradecido de la providencia.

bocanegraaugusto@hotmail.es

“Del árbol caído todos hacen leña”.

"En la naturaleza, no hay castigos ni premios, solo consecuencias."
(Proverbio Chino)

“No hay árbol que el viento no haya sacudido”.

“La esperanza es un árbol florido que se balancea dulcemente al soplo de las ilusiones”. (Severo Catalina)





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