martes, 30 de julio de 2013

30. ¡SE ALOCÓ EL CURA!


¡SE ALOCÓ EL CURA!

Corría el año de 1955 y los colegiales del San Juan asistíamos a misa todos los domingos en la iglesia matriz de la ciudad de Chota. Clarita Tantaleán y algunas de sus amigas compañeras, que gozaban de la confianza de los sacerdotes, distribuían casi al final del sacrificio religioso los apetecidos tickets que coleccionábamos, ordenábamos y pegábamos en un cuaderno para mantener o mejorar el calificativo en el curso de Religión. A veces, por algún motivo no cumplíamos con este precepto, por tanto, nos faltaba el correspondiente comprobante y peligraba la nota. Sin embargo, esta deficiencia era solucionada recurriendo al condiscípulo XX, que sabíamos tenía “vara” y conseguía algunos que cariñosamente le proporcionaban sus amigas y asunto arreglado.



Llegó el 1º de Noviembre, festividad del Todos los Santos, fiesta de guardar y por tanto había que asistir a misa, de paso conocer al sacerdote español que arribó avanzada la noche, tras un largo y penoso camino carretero en pésimas condiciones, procedente de Chiclayo. La verdad que lo esperábamos pues debía cubrir la vacante dejada por el padre Pedro Senosiaín como profesor de Religión en el colegio.



Las calles de Chota se veían concurridas desde tempranas horas sobre todo por campesinos de muchas estancias que debían llevar al cementerio la tradicional “agua bendita” para honrar a sus difuntos, todos portaban sus depósitos con agua y se dirigían al templo.



Eran ya las nueve horas y debía empezar la misa, los colegiales terminábamos por repletar la iglesia. Los feligreses, como era costumbre, tenían en el piso, llenos de agua: baldes, jarras, tachos, ollas, cántaros, potos, cermas, etc, en la mano la porción de sal y el sol que debían entregar al sacerdote en el momento de la bendición del mencionado líquido.



Tan lleno estaba el recinto que se oía decir ¡aquí ya no entra ni una aguja”, momento en que alguien anunciaba que ya viene el nuevo sacerdote de la casa de los curas donde había pernoctado. Efectivamente, a la entrada trataba de abrirse paso al lado de otro sacerdote. Era uno joven, robusto y muy alto que merecía diversas conjeturas por parte de los colegiales, especialmente de los palomillas que se atrevían a primera vista a colocarle su “chapa”: ¡Cholón! ¡chuli! ¡Tarzán! opinaban. La multitud dirigía sus miradas hacia el recién llegado religioso.




Inesperadamente el cura forastero, sorprendido posiblemente por ver la costumbre de tener los innumerables depósitos en el piso, empezó a gritar: ¡Qué es esto! ¡Fuera!, ¡Fuera!, cada vez más iracundo, y como la gente no reaccionaba ante la orden, empezó a dar de empellones, se levantó la sotana y daba de patadas a los depósitos rompiéndolos y causando una gran inundación.



La gente despavorida y confundida no sabía por donde escapar, exclamaban ¡Jesús, María y José!, se persignaban y trataban de salir a la plaza. Los gritos se generalizaban: ¡Se alocó el cura!, ¡Se alocó el cura!.



Después, y durante varios días, los comentarios se circunscribían a este raro acontecimiento.
Era protagonista el sacerdote José Arana Barruete quien se hizo cargo de la Parroquia Todos los Santos de Chota y a pesar de la mala impresión narrada, nadie hubiera imaginado entonces que este sacerdote llegara a acostumbrarse tanto en Chota y a cumplir una gran función pastoral, ganándose el aprecio y la gratitud del pueblo chotano.



Como profesor de Religión en el Colegio. fue muy considerado, imponía respeto en el alumnado y pese a que poco se le entendía en sus peroraciones por las atropelladas y ceceantes palabras del español legítimo, nadie se quejaba de su gran comprensión en las calificaciones.
Recuerdo que los colegiales tacabambinos teníamos organizado el Club Estudiantil Tacabamba y hacíamos actividades para reunir dinero y llevar nuestra contribución a la fiesta del Patrono Señor de la Misericordia del 28 de julio. Acordamos pedir al Padre José Arana su asesoramiento y cuando llegaba al cuarto que nos servía de local, en casa de la familia Malca Coronado, entraba en él con mucho cuidado para no chocar en las vigas que no estaban muy altas por cierto, lo que era motivo de jocosos comentarios previos a la sesión de acuerdos.
Llegó a ser Obispo de Chota, gran cumplidor de sus funciones, entusiasta trabajador que pudo materializar sus ideales y dejar imperecedera obra en la Prelatura de Chota, gozó del aprecio de toda la comunidad.




No olvido la última oportunidad que tuve la suerte de conversar con él, junto con otros amigos en la tienda de Benedicto Tapia, con Ciro Torres, Guzmaro Pérez, Fausto Valdivia, etc, al ver pasar por el parque casi juntos a dos señores de estatura pequeña, pero de mucho estilo y garbo al caminar, Monseñor nos comentó: “éstos amigos, como todos los de talla baja, no caben en su pellejo” ; lo que celebramos con jocosidad y asentimos.



Aquejado de una grave enfermedad fallece en Lima en el año 2000 y por su voluntad expresada en vida fue conducido a Chota, donde reposan sus restos en la Catedral.
Hoy un monumento en su memoria preside la plaza que lleva su nombre en un lugar cercano al Seminario, aunque la gente se ha acostumbrado a llamarla “parque del minrhulo” por el apodo de uno de sus caracterizados vecinos. 



Augusto Bocanegra Gálvez bocanegraaugusto@hotmail.es



“No ha habido hombre de genio extraordinario sin mezcla de locura”. (Séneca)

“Cuando todo el mundo está loco, ser cuerdo es una locura”. (Paul Samuelson).

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