viernes, 24 de julio de 2015

140 .- VIEJAS JUZGAVIDAS.

VIEJAS JUZGAVIDAS

Había una vez, hacen ya muuuuuuchos  años, más de un siglo tal vez, en el contorno de la plaza, de una casa grande, techumbre de broza (hojas secas de la caña de azúcar) entraban y salían las visitas durante todas las tardes y a veces las primeras horas de la noche. "Entre nosotras" decían todo es secreto, silencio, como en una añeja tumba. Las hermanitas Catita, Rosita y Julita recibían a sus viejas amigas en su sala con muebles de esterilla y conversaban amenamente  las novedades de todo el vecindario. Rosquitas, empanadas, panecitos y bizcochuelos circulaban entre las afanosas parlanchinas, sin faltar la taza de chocolate bien batido o del café de cántaro tan fragancioso.


Lo cierto es que desde el día siguiente toda la población estaba enterada de aquellos pormenores.
El mejor laboratorio noticioso era la ventana de la casa de las hermanitas, pues desde allí nadie pasaba desapercibido por la plaza y las conversaciones se escuchaban resonantemente.
Pero todo tiene su final, una de aquellas medias noches, instaladas las curiosas al interior de su ventana observaron  que encima del poyo de la iglesia (hoy atrio) un resplandor de luz salía por la puerta, se quedaron pasmadas, no sabían nada de lo que estaba ocurriendo.  Efectivamente, era una procesión, peor aún, no había ninguna celebración religiosa esos días.
Sin embargo quedaron convencidas que se trataba de una procesión del "Señor de Ánimas", claro el mismo yacente del Viernes Santo, en su urna de cristales.
"Algo debe haber sucedido ahora para que hayan decidido sacarlo en silenciosa procesión". No tuvieron si no que postrarse de rodillas, como muy buenas y piadosas religiosas y rezar, rezar y rezar.



Al momento de pasar por su casa la devota contingencia, enlutada de recio negro, tan chucudas por un manto que no les permitía ver sus caras, tres feligreses se acercaron a la ventana y les alcanzaron a las sendas beatitas, las velas encendidas que portaban. Con ellas acompañaron la procesión desde la ventana de su casa, orando y golpeando su pecho, hasta que entraron nuevamente al templo, se apagaron todas las luces de las velas de cebo que habían alumbrado y ellas también cerraron su ventana y fueron al dormitorio para descansar, apagando sus velas hasta el siguiente día, en que el sol son sus brazos de tibia luz las despertara.


Al levantarse encontraron que las velas eran huesos de esqueleto humano, gritaron, lloraron y compungidas fueron tras el cura Salazar para confesar sus pecados y prometer nunca más juzgar la vida de la gente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario