miércoles, 31 de julio de 2013

81. FALLIDA SERENATA




FALLIDA SERENATA


Chota estaba de fiesta por los cien años de existencia del glorioso Colegio Nacional San Juan, era el año 1961 . La novia mía era una de las reinas que engalanaban la celebración e insistió en que yo que estaba ausente, debería viajar para encontrarme en tan importante efeméride. Así lo hice desde la cálida “Sultana de las Sultanas” Sullana – Piura; además, porque como sanjuanista era mi deber cumplir con el amado colegio participando con los amigos de la promoción 1957 en diferentes actos programados. De paso, disfrutar de las amenidades de la tradicional fiesta de San Juan Bautista.

La carretera que en abril estaba en pésimas condiciones por las inclementes lluvias, al 22 de junio la encontré perfectamente arreglada y el viaje fue además de placentero, rápido, tal es así que en pocas horas y al anochecer ya estaba en la acogedora Chota.
El ambiente amoroso estaba complicado, dado el desacuerdo surgido entre los familiares de Consuelo del Carmen (al centro), pues una parte de ellos se oponía al matrimonio, de tal manera que no pude verla a mi llegada.


Los amigos como siempre sí que me dieron una gran acogida al encontrarnos, en especial unos jóvenes paisanos tacabambinos que se encontraban de paso por ésa, los hermanos Alejandro y Jorge Linares Terrones, que de “buenas a primeras” me ofrecieron sus artísticos servicios para la consabida serenata, pues conformaban un afamado dúo musical. En el hotel Comercio donde estábamos hospedados hicimos el ensayo : Yo con la primera voz y ellos con la segunda y el acompañamiento instrumental en las tres canciones acordadas: Vals El Plebeyo, ranchera Volver, Volver y tango Percal. Todo parecía estar a “pedir de boca”. Debíamos hacer tiempo hasta la una de la mañana.

Los hermanos Linares llevaban consigo desde Lima con destino a Tacabamba sus infantables instrumentos y un sobrinito de seis años llamado Oscar Cardoso Linares a quien deberíamos hacer dormir máximo a las diez, pero el pequeño no tenía sueño y lo más grave, no se separaba de sus tíos. Después de insistir varias veces decidimos llevarlo bien abrigado a la serenata.


12 y 45 ya nos aproximábamos a la casa de la familia Arrascue en la calle 30 de Agosto a una cuadra antes de la prestigiosa “Escuela 61” . La calle angosta como todas las del centro de la ciudad, en la esquina previa todavía estaba el chorro surtidor de agua para el vecindario. El alumbrado público aunque deficiente, podía sin embargo permitir reconocer a las personas que transitaban. A pocos metros de la casa indicada había un poste de madera con un foco a manera de farola. Ya no estaba el empedrado antiguo de la calle y la acequia central, habían sido reemplazados por un afirmado y una acequia angosta encementada que servía de desagüe a uno de sus lados y debajo de la acera. Tránsito cero a esa hora, silencio en la noche, ambiente propicio para lanzar al viento una tradicional y significativa serenata de amor al ser amado.


Nos alineamos bajo el foco de alumbrado eléctrico que podría facilitarnos ver la letra de las canciones, frente a nosotros y con la curiosidad al tope estaba Osquitar. Ante la señal dada por Alejandro (Pepe) se inicia el potente sonido de su acordeón, rasgado por las cuerdas de la guitarra de Jorge en una introducción característica y repetida (bis) de la “guardia vieja” del afamado vals El Plebeyo de Felipe Pinglo Alva. Lo magnífico del momento ya despertó a los vecinos que curiosos abrían las ventanas de las puertas de sus balcones y asomaban sus cabezas, inclusive, en los pisos altos de la casa de la novia ya se encendían las luces, preludio de su salida al balcón a media serenata y al final una posible invitación a pasar a la sala de tan elegante casona.

El novio, galán y apasionado canta en primera con el fondo de las voces en segunda de los hermanos Linares: La noche cubre yaaaa con su negro crespóooon,
de la ciudad, las calles que cruza
la gente con pausada accióooon.
La luz artificiaaaal, con débil
proyeccióooon, propicia la penumbra que
esconde en su sombra venganza y traicióooon.

Después de laboraaaar, vuelve a su humilde hogaaaar,

Luis Enrique, el plebeyo, el hijo del pueblo,

el ombre que supo amaaaar, y que sufriendo estáaa esta infamante leeey                                de amar a una

aristócrata siendo plebeyo éeeel.

Al finalizar la segunda estrofa, justo a la mitad de la canción, en pleno intermedio instrumental se produjo algo inaudito, horroroso para el niño: una langosta nocturna que revoloteaba por el foco e inmediaciones, grande, con ojazos desorbitados y con tremendas y amenazantes tijeras lo tenían en zozobra, hasta que al fin, violentamente se posa en su nariz, provocándole pavorosa gritería. El acordeón y la guitarra callaron y quedaron en el piso, las voces por consiguiente y todos prestos a atender al pequeño que lloraba desconsolado.

No había nada que hacer ya, terminó fallidamente la serenata. Los vecinos presenciaron intrigados y la novia, la novia no sé, posiblemente quedó desconsolada, frustrada. Los serenatistas nos retiramos derrotados, pero al final, en medio de la “correspondencia amical” reíamos de los azares de la vida. Después se convirtió en una comentada y jocosa anécdota por algún tiempo.

Ese día había una fiesta de gala en el salón parroquial al que malas voluntades intentaron impedirme la entrada, sin embargo lo conseguí gracias a la intervención de un buen amigo que era uno de los organizadores. Además, trataron de fomentar un desorden para desalojarme, cosa que quedó disuadido cuando el “Zorro Briones” y su gente intervinieron abiertamente a mi favor.

Al siguiente día una de las vecinas avanzada en años y con dotes cabalísticas, conversando sobre los incidentes me decía: “Muy mal presagio vecino, nada bueno puedo ver, su compromiso no tiene futuro”. Mi incredulidad no le daba crédito, pero no pasó mucho tiempo que sobrevino la verdad y el idilio sal y agua se volvió. ¡Qué pena! Pena porque la vida no nos ha tratado como realmente queríamos. Son gajes de la juventud, prejuicios familiares, vaivenes de las circunstancias y remolinos pasionarios que sólo el pasar del tiempo borra.

Chota, junio de 1986.

bocanegraaugusto@hotmail.es

“El tiempo y el desengaño son dos amigos leales que despiertan al que sueña y enseñan al que no sabe”.

“Los príncipes azules siempre se destiñen”.

“Amor es el intercambio de dos fantasías y el contacto de dos egoísmos”. (Paul Auguez)

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