VALENTÍA : LOS MEJÍA
(Bandolerismo - sección 5)
Don Alfredo Mejía, cabeza de una notable familia tacabambina afincada en La Banda de Luzcapampa frente a la ciudad, destacaba por su trabajo agrícola y afición por la pirotecnia (1881 - 1925).
Acosado por litigios de linderos de sus tierras tuvo que soportar las presiones de los Villacorta, hacendados de Chetilla y Lascán con el trasfondo eminentemente político, pues mientras los primeros eran partidarios de Leguía, los Mejía eran simpatizantes de la revolución de Osores.
Con sus hijos: Artidoro, Dina, Mabila, Aurelio Primero, Salomón, Alfredo, y Aurelio Segundo eran un baluarte de intrepidez, valentía e inteligencia. Les tocó vivir la peor época socio – política de nuestro pueblo, al extremo de caer en la vorágine forzada del bandolerismo.
Familia Mejía (Tacabamba)
Tras muchas provocaciones, roces y refriegas se ubicaron firmes y precavidos frente a sus adversarios los “chetillanos”, de modo que cuando éstos decidieron atacarlos por sorpresa, rodeando su casa una madrugada de 1918, no solamente supieron defenderse, sino que les causaron muchas bajas. 24 horas de combate ante la impertérrita e indiferente contemplación del poblado vecino, cuatro valientes defensores bien apertrechados en su vivienda, contra 60 “cholos” armados de carabinas por sus patrones, que disparaban desde sus escondites sin poder acercarse, porque los que lo hicieron sucumbieron ante la puntería de Alfredo (padre), Artidoro, Dina y Mabila. Los demás de la familia, incluyendo los menores, cargaban y alcanzaban las armas. El octavo atacante muerto fue el que llegó a la casa protegido por el nutrido fuego chetillano, pero antes de prender las dinamitas que pudo colocar en las paredes, un súbito salir y entrar de medio cuerpo por una de las ventanas del segundo piso Artidoro pudo dar cuenta del intruso volándole los sesos con un solo disparo de su winchester.
Mientras tanto llegaron de Chota, avisados con propio (mensajero) por algún vecino de la ciudad, pues autoridades no habían, y traídos por los hacendados, el subprefecto y los gendarmes que presurosos, en vez de capturar a los agresores, exigieron la rendición de los Mejía que se negaban a abdicar. Entonces el recurso fue la tregua, luego el diálogo y finalmente la entrega previo ofrecimiento de las debidas garantías. Sin embargo, en cuanto don Alfredo y su hijo Artidoro salieron de su casa, no hubo pacto que valga ni se dieron las garantías necesarias, fueron hechos prisioneros, castigados severamente y conducidos a la hacienda de Lascán, en cuyo trayecto fueron obligados a cargar los muertos. Al llegar los colgaron en el cepo (aparato de madera para castigos). Al tercer día los condujeron a la cárcel de Chota y posteriormente a la de Cajamarca.
No cumplieron un año de prisión, pues lograron escapar arrojando a los ojos de los custodios un polvo especial preparado por ellos mismos a base de cal y ají, ayudados por una densa humareda que provocaron simultáneamente con la pirotecnia que practicaban y bajo un plan bien concebido con apoyo exterior para no ser recapturados . con ellos escaparon muchísimos presos comunes.
Algunos años tuvieron que vivir bajo el acecho y persecución, por lo que tuvieron que protagonizar acciones violentas no sólo en su defensa, sino también en el ataque.
Un día de aquellos que parecía muy tranquilo se produjo un grave incidente. Un grupo de sus enemigos había logrado escabullirse muy cerca de la chacra donde trabajaba don Alfredo Mejía y cuando le dispararon ya no tuvo tiempo de empuñar su carabina, cayó asesinado, pero no pudieron llevarse su cabeza, como lo intentaban, porque Dina y Mabila se ubicaron estratégicamente a los lados de la chacra y repelieron el ataque (posteriormente Dina mostraba a sus amigas su falda agujereada por las balas) . Artidoro que oyendo los nutridos disparos desde la ciudad, sólo tardó diez minutos en encontrarse en el campo de batalla, porque su yegua mora que cabalgaba no corría, sino volaba por sobre las pircas, cercas y el Río Grande. La gente armada de los Mejía también se iban integrando desde diferentes puntos; sin embargo el fuego copioso de ambos bandos no permitía que retiren el cadáver. Desde la ciudad llegó la señora Martina Peralta de Tenorio y con una bandera blanca y dos ayudantes se introdujo en la chacra logrando trasladar al muerto a su casa, tras lo cual la batalla tomó caracteres decisivos, los atacantes fugaban en diferentes direcciones, pero Artidoro y su gente ya perseguía a los principales que se parapetaron en una casa abandonada en Pusanga, donde tras un fuerte acoso consiguieron dinamitarla y capturar a cuatro responsables. Conducidos a la plaza de armas de Tacabamba fueron amarrados a los postes centrales en los que colgaban los faroles por las noches.
Artidoro Mejía Cubas reunió a las personas notables del lugar para que escuchen y escriban las declaraciones que comprometían a los hacendados de Chetilla y Lascán. El boticario don Juan Bocanegra recibió la orden de proporcionar una lata de alcohol para quemar vivos a los prisioneros, pero la intervención de la señora Grimanesa Delgado Reátegui y un grupo de sus amigas logró calmar los ánimos y evitar la pira humana. La muchedumbre de bandoleros que asistía se apoderó de los presos y conduciéndolos a la casa abandonada de la familia Paredes (hoy Jr. Cuzco Nº 209) fueron pasados por las dagas de los furibundos. Se produjeron escenas innarrables.
Desde que se produjo este episodio de bandalaje en que mataron a don Alfredo, los Mejía y sus secuaces se apoderaron de Tacabamba “campo y pueblo” e impusieron un rigor extremo contra los chetillanos y otros grupos antagónicos. Artidoro era el Alcalde, Gobernador, Juez de Paz y jefe absoluto por algunos años. Su política era propia y nada tenía que hacer con las órdenes y disposiciones de Chota y Cajamarca.
Con el objeto de tender una trampa a don Wenceslao Villacorta Vigil secuestraron a una hermosa dama relacionada con él (doña Grinés Herrera Delgado) en el barrio El Puquio, sin embargo no consiguieron atraparlo, antes bien, don Uva pudo recuperar a su hija una pequeña niña que llevó a su hogar en Chetilla (con el transcurrir de los años llegó a ser notable Alcaldesa de Chota: Edelmira Villacorta Herrera de Tiravanti).
Homero Segura Corcuera y Lizardo Segura Cabrera
Los principales grupos de apoyo de los Mejía eran los Tirado y los Soto en Chugmar, Homero Segura Corcuera y su gente en la ciudad, Los Tarrillo en Peña Blanca y Pusanga. Políticamente lo apoyaban los Gálvez de la ciudad y de Cumpampa.
Entre los grupos contrarios a los Mejía estaban los Paredes que desaparecieron algunos años de la ciudad, los Sánchez de las Tunas, los Muñoz de Ayaque, los Llatas de las Tunas y la Laguna y los Tantaleán de la Palma y Cardón.
El expansionismo territorial de las haciendas afectaban a los colindantes, especialmente si eran campesinos modestos. Uno de los casos era el de Poro Poro en que los pequeños propietarios eran desalojados por compra forzada, invasión de linderos y desalojos por “la justicia”. Los Tarrillo perdían sus terrenos a favor de la hacienda Conchud de propiedad de don Reynaldo Latorre Lozano, motivo por el cual deciden hacerse justicia por sus propias manos eliminando a dicho hacendado. Un día cuando Latorre viajaba de su fundo a la ciudad de Chota, escoltado y resguardado por 40 de sus “cholos” bien armados, a la mitad del camino lo esperaban en un lugar estratégico, a 200 metros de una curva en la espesura del bosque estaban apostados dos franco tiradores : Florencio Tirado y Artidoro Mejía, y en la cumbre de este cerro un grupo de bandoleros. Al aparecer la comitiva viajera los dos apuntan al jinete de blanco puro en brioso corcel, disparan a un mismo tiempo y don Reynaldo cayó pesadamente, herido de gravedad en el vientre. Simultáneamente los bandoleros abren fuego en la parte alta para distraer a la gente del patrón que empezaron a perseguirlos a distancia, mientras los dos ejecutores bajaban tranquilamente y se retiraban por la quebrada. Regresado a su Casa Hacienda de Conchud don Reynaldo Latorre y su esposa Clementina Castro ordenaron una lavativa y al salirle abundante sangre por el curso, dispusieron sus principales asuntos y el terrateniente esperó la muerte que llegó después de tres horas. Era el año de 1921.
Muchos fueron los actos vandálicos que se producían especialmente los días domingos y en las fiestas y sólo a partir de 1928, después de terminada la Revolución de Arturo Osores Cabrera, Leguía envió a los pueblos de la serranía norte del país a las fuerzas policiales que lograron terminar con tan nefasta época del más fuerte.
Aurelio Mejía Primero murió accidentalmente en su causa a causa de un disparo y Aurelio Mejía Segundo creció “rebelde con causa”. Abrazó la doctrina del APRA original, cuando era un partido joven, sano y revolucionario. Se hizo cargo de una misión especial atentando contra el Presidente Manuel Prado y Ugarteche que había anunciado su visita a la ciudad de Cajamarca en 1943. Posiblemente Aurelio Mejía participaba de estos planes, cosa que nunca se probó. Aún se recuerda los cargamentos de cebo de res que llevaba en acémilas desde Tacabamba hasta Cajamarca, lo que había podido servir para el minado con explosivos del campo de aterrizaje.
Cuando todo estaba dispuesto para la recepción, el avión presidencial se divisó sobre el cerro Gavilán, las autoridades, estudiantes, el pueblo, civiles y militares, todos estaban sobre el campo minado. Diez minutos más y todo hubiera sido la mayor catástrofe nacional a esa fecha, a no ser por un acto casual en que un barredor limpiaba con palana y escoba el piso por donde pasó la caballería, la herramienta enredó en unos cordones que al ser levantados descubrieron una gran red de conexiones que inmediatamente fueron retiradas.
Aurelio y Artidoro Mejía Cubas - 1940
No pasó nada, pero el escándalo fue incontenible y las consecuencias funestas, porque se dispuso una gran cacería contra los posibles responsables del partido aprista. Aurelio Mejía era perseguido sin dilaciones por todo el país, pero su captura se hacía infructuosa porque sabía escapar y burlar a sus captores y al mejor cuerpo de inteligencia de aquel entonces. Muchas veces pasó desapercibido disfrazado de hermosa y elegante dama. Su hermano mayor Artidoro fue hecho prisionero en Tacabamba e internado en la isla del Frontón. Finalmente Aurelio fue capturado en Ayacucho, cuando totalmente desfigurado trabajaba como barredor en la Municipalidad, también fue llevado inmediatamente al Frontón (isla cárcel frente al Callao).
Cuando asumió la Presidencia de la República el Dr. Luis Bustamante y Ribero en 1945 dio la ley de amnistía a los presos políticos y entre ellos los hermanos Mejía obtuvieron su libertad.
Con los rostros pálidos y enjutos, con copiosas y luengas barbas, pero con los corazones rebosantes de altivez y rebeldía viajaron a Bambamarca donde se quedó Artidoro formando después una nueva familia. Aurelio pasó a Tacabamba donde fijó su residencia. Entre sus mejores amigos estaba Reynaldo S. Bocanegra sin haber nexo político, con quien conversaba largas horas con frecuencia. Su vida era una epopeya de aventuras y acciones políticas que sólo pueden imaginarse propias de hombres superiores.
Aurelio Mejía Cubas es el único mortal que sabía cuándo, dónde y cómo tenía que morir, y esto, porque decía, que en las mazmorras fue inyectado en la columna vertebral por especialistas alemanes al servicio del gobierno y que no tenían reparo de anunciarle sus consecuencias. Decía además que les consultó si podía casarse y tener hijos, lo que sí le fue autorizado. Por eso, buscó y consiguió lo mejor de nuestra tierra en aquel tiempo, contrajo matrimonio con una hermosa dama de la familia Paredes que otrora había sido antagónica a la suya, tuvo dos vástagos y murió en su ley y conocimiento el 3 de abril de 1952. Hoy es sólo un recuerdo de lo que fue y pudo ser, un hombre espectacular y revolucionario de expectativa. Su historia es parte de la de su pueblo.
Don Artidoro Mejía Cubas tras su excarcelación vivió apaciblemente en Bambamarca, luego en su Tacabamba, donde dejó entre otros recuerdos el Bosque de Eucaliptos de Cumpampa, finalmente por motivos familiares viajó a Lima donde fallece el 4 de Agosto de 1973. Con su muerte todas y cada una de las páginas borrascosas de su vida quedaron selladas para siempre, esculpiendo el temple tacabambino en la escultura de su osario perenne. Sus terrenos de La Banda florecen y dan frutos que prestigian al lugar, al compás de sus recuerdos y con el tesón de su hijo Zacarías y sucesores. En estos terrenos hoy se levanta impetuoso el Coso Taurino Tacabamba.
la historia esta totalmente distorsionada. pronto la historia verdadera sin afán antagónico.
ResponderEliminardescendientes de los MEJIA
Para cuando la historia
ResponderEliminarOficial que coincida con la comentada en las revistas mundial y 7 días de la época, que describen los acontecimientos de manera exacta como dato historico