martes, 30 de julio de 2013

14. EXPULSIÓN DEL CURA VELÁSQUEZ

EXPULSIÓN DEL CURA VELÁSQUEZ

Recuerdo que por los años 60, encontré luego de mi ausencia por estudios, al sacerdote Abdón Velásquez Chávez, como párroco de Tacabamba. 

Siempre han habido dos sacerdotes en mi pueblo, pero esta vez, no se por qué motivos solamente había uno, lo cual posiblemente era una de las causas para que se presenten una serie de problemas, algunos como éstos: 


En primer lugar su edad avanzada era ya un óbice para el desempeño en una parroquia extensa y con muchas necesidades y carencias. 

Desde un principio se dio a conocer como una persona muy económica y hasta avara. Alquilaba un cuarto pequeño para vivir y se decía que no pagaba el estipendio, igual sucedía con la pensión. También era metálico en el sentido de cobrar caro por las misas y sacramentos que administraba, que de paso los hacía muy cortos o lacónicos y como no daba las propinas al sacristán, cantor y otros servidores, pronto se vio solo y no le importaba. 

Viajaba con cierta frecuencia a su tierra que era Huambos, donde, como se comentaba, tenía mujer e hijos. Mientras en su ausencia los feligreses se veían burlados con sus oficios ya pagados y sin lugar a reclamos. Extorsionaba en especial a la gente campesina. 

Las misas especialmente de difuntos de año o medio año por lo regular, las hacía comunitarias pese a que eran pagadas para una sola persona. 
Una vez, sino hayan sido varias, encontrándose enfermo y en cama, tuvo que casar a los novios en su cuarto y desde su lecho. 

Otra vez, estando de viaje y en un hospedaje de Chota, inculpó al arriero de haberle robado su revólver, haciéndole detener y eso tan sólo por no pagarle sus servicios y acémilas. 
En las misas y durante la consagración, tocaba con su pie la campanilla que sujetaba al lado del altar mayor, lo cual causaba risas y hasta cólera en los asistentes. Además, tenía un carácter renegón insoportable. 

Mandó traer de Querocotillo un ebanista para que construya el Camarín del Señor de la Misericordia, que si bien fue un buen trabajo, no dio cuenta de los costos y gastos al comité respectivo. Lo mismo sucedió con el arreglo de las torres de la iglesia. Se dejaba notar gran descontento en la gente. 

El colmo que derramó el vaso, fue la sustracción de la campana chica de la torre, sin que nadie sepa cuándo ni cómo. Lo cierto es que una mañana encontrándose en una esquina un madrugador que iba a su terreno de Las Tunas, don Fiacro Quijano, y otro, que había trasnochado don Fernán Tenorio, sorprendidos ambos por el repique característico que escuchaban y que era de la campana de la capilla de la Cruz de Chalpón, pero que no procedía del cerro como de costumbre, ni cortos ni perezosos se encaminaron a la plaza convenciéndose de que dicha campana estaba instalada en la torre de la iglesia, en la cual, ya no estaba la antigua campana chica de inconfundible tañido. Ingresaron al templo y vieron que el cura Velásquez era quien tocaba la campana con una soguilla muy larga que daba hasta el piso, le preguntaron qué pasaba con las campanas, la que tocaba que era la de Chalpón y la que ya no tocaba, la campana antigua. El reverendo se negó a contestarles, pero, recordando lo que había pasado hacía poco en Conchán con su campana (también se decía que tenía oro) que había sido robada y jamás apareció, y más bien, el pueblo se vio envuelto en serios problemas policiales y judiciales; no tuvieron sino que meterle mano al cura y zamaquearlo del cuello, ante lo cual, pidió calma y les declaró: que había hecho sacar la campana para mandarlo reparar a Chiclayo porque estaba descompuesto su badajo y que mientras tanto había hecho bajar la campana de la capilla del cerro para suplirla mientras regrese la original. “A otro perro con ese hueso” le dijeron y le exigieron diga dónde estaba la campana antigua. No tuvo más que decirles que estaba bajo el altar de San Antonio, cerca de la puerta y embalada ya en un cajón, lista para ser transportada. 

Le hicieron una seria advertencia y se llevaron el cajón a la Municipalidad para mandar colocar en su sitio respectivo a ambas campanas. 

El alcalde don Julián Camacho Herrera que había firmado varios memoriales de queja por parte de autoridades y feligreses ante el Obispo de Chota y que ninguno tuvo eco para el cambio insistente que pedían del sacerdote, tuvo que acordar con su concejo llamar al pueblo a un cabildo abierto para decidir la suerte del monigote. 

Llegado el día y hora del cabildo, pocos asistieron al salón consistorial pese al llamado persistente de los altavoces de Radio Municipal, comentaban de las esquinas y el mercado entre otras cosas: que da mala suerte al pueblo que ofende al cura. 

Una comisión acudió para invitar al suscrito, que de paso estaba muy ocupado, para hacer uso del micrófono y llamar a los asociados agricultores y ganaderos de los que era su Presidente. Así fue y con airada perorata la gente acudió y repletó el salón y la respectiva esquina de la plaza. El cabildo tomó ribetes insospechados, la masa se desbordaba para sacar en burro al cuestionado. Costó mucho calmarlos y aceptar que se constituya una comitiva en el cuarto del anciano para hacerle firmar su renuncia y darle plazo inmediato de salida. Lo cual se cumplió sin dilaciones. 



Como resultado, el cura estando en Chota enjuició a los que consideraba causantes de su salida (a mí en primer lugar) pidiéndonos una fuerte reparación civil en soles, proceso que no tuvo éxito alguno dado la cantidad de testigos que acusaban al demandante. 

Finalmente, el Obispado dispuso tardíamente que la Parroquia San Bartolomé de Tacabamba quede a cargo de los Agustinos Recoletos que en 25 años dejaron obra pastoral y material que Tacabamba siempre recuerda y agradece. 

bocanegraaugusto@hotmail.es

“Quien no tiene, quiere; quien tiene, quiere más; quien tiene más, dice que nunca es suficiente”. 

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