PATRONCITO DE LA CASA
Ta ta chin , chin chin, chin chin; ta ta chin , chin chin, chin chin; ; ponpón, ponpón. Esto era la onomatopeya con que un grupo de niños imitaba la marcha fúnebre que la banda de músicos tocaba en las procesiones de los santos en las fiestas pueblerinas. Efectivamente, los amiguitos del barrio oeste de la ciudad en sus tantas correrías, invitados por los hermanos Luis y Augusto, aprovechando que era domingo y sus padres estaban ocupados en la tienda, habían sacado del dormitorio o cuadra al “Patroncito de la Casa” San Antonio de Padua y en improvisadas andas cual devota procesión recorrían algunos ambientes de la casa, especialmente por el patio y el jardín, hasta que, yendo a la cocina para ver lo del almuerzo, mamá Ofelia descubre el acontecimiento infantil y da gritos de sorpresa y preocupación al borde del llanto, pensando en que podríamos estropear o convertir en añicos la pequeña imagen del santito y pese a las razones que tratábamos de explicar, terminamos por suspender el acto, dejar en el piso al homenajeado y salir de casa en forma desordenada y al escape, antes de que llegue papá Reynaldo y las cosas se compliquen.
San Antoñito lo llamaba y lo recibió junto a la casa que hubo de comprar cuando era señorita en dos mil soles blancos de nueve décimos, producto de su infatigable labor como amasijera de afamados dulces, especialmente de los vejeranos de tres tapas con manjar blanco y las modas de aplicada costurera. Situada en lo que es hoy la esquina SO de los jirones Lima y Siete de Junio. Su anterior propietario fue la familia Lizarzaburu, tenía una botica presidida por el santito de esta historia y emigró a la naciente Jaén de la segunda década del siglo pasado. Advirtieron que era “Patrón de la Casa” y que cuidaran de él como una reliquia, Por ser hermoso y muy milagroso.
San Antonio de Padua. Patroncito de la Casa Paterna
Antigua escultura de cincuenta y seis centímetros de tamaño, icluyendo el pedestal de catorce; con un Niño Dios sobre el brazo derecho; su característica vestimenta: grotesco hábito marrón oscuro con ribetes dorados cíngulo blanco. Corte de pelo rapado, con porciones de pelo a manera de corona, con un pie descalzo visible. El Niño cubierto con una manta celeste estampada de florcitas doradas y reverso color naranja. Destacan las finas facciones de ambos. Está sobre una nube blanca con cuatro angelitos (uno de ellos cogiendo una azucena) además una biblia, todo en un sólido cuadrilátero como peaña, cuyo frontis y sobre un fondo amarillo enmarcado exhibe la alegoría de dos ramas, de laurel a la izquierda y de palma a la derecha, con una ornamental cinta blanquiroja y una base general de color verde.
Srta. Ofelia Gálvez Delgado - 1925
Tal vez el primer milagro fue que la nueva dueña quería mucho a su casa con su patroncito y todo, dándole las mejoras y reparaciones necesarias, así como formar en la cuadra un sugestivo altar con varias imágenes y cuadros entre los cuales San Antonio era el principal, pues ocupaba el centro y tenía su bien presentado camerino que confeccionó el solícito carpintero don Arturo Bustamante. También mamá decía que cuando se encomendaba con mucha fe el santo no le fallaba en la solución de sus problemitas domésticos.
De vez en cuando y al barrer con las escobas de marco las piezas enladrilladas o no, recogía con sus manos la tierra acumulada y resbalaba entre sus dedos algunos granitos pesados que eran nada menos que pepitas de oro que precisamente eran el motivo del negocio de los Lizarzaburu que continuamente viajaban a Iquitos para traerlas. Decía ser los dones del “milagroso patroncito”.
Öleo de Labogal : Casa Paterna - Tacabamba 1970
La vecina Julia tenía graves problemas con su marido José, daba sus quejas y pedía consejos a mamá Ofelia, pero nada surtía efecto hasta que le hizo saber que San Antoñito era muy milagroso y que debe encomendarse, prenderle sus velas y traerle un milagro. Así lo hacía y fue el compadre Fiacro Quijano, platero de oficio quien le confeccionó el milagro: una tarjeta de plata con la inscripción “Paz y tranquilidad” JSR. No pasó un mes que el susodicho José, voluntariamente abandonó la casa, viajó con destino a Lima de donde nunca más volvió. Posiblemente apoyó económicamente para la educación y profesionalización de sus dos eminentes hijos: Enrique y Alfredo.
Desfilaban con sus petitorios algunos agricultores para amparar sus cultivos, los ganaderos para que sus animales no se enfermen o sanen, algunas madres para pedir que sus hijos queden bien en los exámenes, negociantes para que les vaya bien en sus transacciones, personas que rogaban por la mejoría en su salud. También para favorecerse de las inclemencias del tiempo ya sea por mucho verano o sequía o por prolongadas y torrenciales lluvias.
Familia Bocanegra Gálvez - 1982
Lo cierto es que el Patroncito de la casa de la señora Ofelia adquirió justificada fama y por muchos años, claro que ella lo ponía de “vuelta y media” como decía, intercediendo con sus oraciones y ruegos.
Pero todo tiene su final, la edad avanzada de la propietaria y su soledad, unidas a su buen corazón y sano criterio, dispuso en vida de sus pertenencias para sus hijos para cuando tenía que partir definitivamente. Esto último acaeció lejos de su morada, en Lima, en casa de su hija Elva hasta donde fue llevada para ser atendida en sus últimos años.
Luis, conforme lo dispuesto por mamá, efectuó el cuidadoso traslado de San Antoñito para convertirse en Patrón de su casa en San Juan de Lurigancho en Lima. Allí lo encontramos las veces que visitamos al hermano en su domicilio.
Con su vocación artística Labogal ha creído conveniente ponerlo en manos de un prestigioso escultor limeño (Javier Santillana) para su restauración, pero conservando sus propias y originales características de una verdadera obra de arte antigua, imagen tallada en madera, importada posiblemente de España.
Luis Alberto Bocanegra Gálvez - Artista plástico
Ha enviado a sus hermanos y otros familiares la fotografía original de la efigie y posiblemente lo hará también después de su restauración.
Cuando estemos reunidos en la Capital, le haremos una fiesta y le cargaremos en procesión como lo hacíamos de niños; claro, mamá Ofelia ya no estará para reñirnos, pero con su abierta sonrisa, su inconmensurable bondad y gran corazón nos dirá desde el cielo “está muy bien hijos, familia; ahora estoy de acuerdo, pueden hacerlo siempre”.
Chiclayo, Agosto del 2012 – Augusto Bocanegra Gálvez
bocanegraaugusto@hotmail.es
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