martes, 26 de noviembre de 2013

114.- COHETES Y BALAZOS

COHETES  Y  BALAZOS
La vecindad, es la convivencia o coexistencia pacífica y armónica de grupos humanos en un mismo espacio. Personas o familias que tienen sus habitaciones en un mismo edificio, calle o barrio. Se deben mutuamente reconocimiento, respeto, amistad, consideración. Etc. Sin embargo, surgen a veces algunos impases, incidentes, discrepancias y enemistades que socaban las buenas relaciones si es que no se allanan oportuna y amigablemente.
En las grandes ciudades existen normas legales que se tienen que acatar por el vecindario para conservar esta coexistencia armoniosa y urbanista. También las hay en otras de mediana extensión y aún en las pequeñas, como debe ser, pero que su cumplimiento difiere sustancialmente. Es cuestión de lógica, educación y buenos modales.

Había una vez en el poblado, donde la costumbre es determinante,  aquella de quemar avellanas o cohetes por “quítame estas pajas”, especialmente en las celebraciones particulares, familiares y públicas, a cualquier hora y cantidad, sin pensar en que pueden causar molestias, daños y hasta accidentes de gravedad. Lo que interesa lamentablemente es el bullicio y la notoriedad .
Dos familias cuyas casas situadas una frente a la otra  y a regular distancia por la calle que las separaba, estaban “encontradas” por los desacuerdos en ciertos amoríos de sus jóvenes; lo que era pretexto para agredirse en circunstancias que celebraba frecuentemente fiestas una de ellas en las que quemaban no pocas docenas de cohetes de “arranque” que por casualidad o intencionalmente eran dirigidas a la casa de la otra familia, causando malestar no sólo por el ruido de las explosiones sino porque hacían volar en pedazos las tejas de los techos y a veces caían en el interior ocasionando alboroto en el corral de los animales domésticos, mayormente si eran en horas de la media noche en que festejaban el advenimiento de los cumpleaños. Poco y nada servían las protestas ante los “quemadores” que entusiasmados por los momentos previos en que ya se habían ingerido los consabidos “tragos” continuaban entre risotadas con los disparos pirotécnicos. Tampoco tenían efecto las denuncias ante el juez de paz, gobernador o el puesto de la Guardia Civil, toda vez que éstos, infaliblemente participaban en la fiesta como invitados.
Cierta vez se preparaba la celebración del cumpleaños de la anciana “jefa de familia” y con mucha razón debería ser de la mejor manera. Los ajetreos eran muy visibles, los hijos y sus respectivas familias ya se hacían presentes desde la víspera, algunos que llegaban desde otras ciudades. El cohetero pirotécnico entraba y salía de la casa, también se vio al maestro director de la banda de músicos al que seguramente ya habían contratado,  al cantinero y a las cocineras y ayudantes que trajinaban diligentes. Se oyó gritar y gemir de muerte al chancho que habían engordado y posiblemente ya habían colgado de las patas a los pavos que previamente habían hecho tragar el aguardiente para cortarles la lengua y para que sangren y mueran en paz. Una larga soga ya estaba templada en el corral y en ella eviscerados yacían los cuyes pelados que el sol oreaba.
Aquella noche se presagiaba como explosiva y bulliciosa hasta el amanecer, por lo que el jefe de la familia vecina tuvo que apersonarse ante el Sargento Jefe de Puesto de la Guardia Civil y Policía para que interceda con sus buenos oficios a fin de que los celebrantes dispongan que los quemadores bombardeen el cerro cercano en vez de la casa de los vecinos, dado los antecedentes de otras ocasiones. Posiblemente hubo razón en ello, porque el referido jefe no vio necesario redactar y firmar ese petitorio y prometió constituirse personalmente y de inmediato a la casa de los organizadores festivos para prevenirles amigablemente.


Algo de tranquilidad surgió cuando esa tarde se vio entrar y salir de aquella casa al referido jefe policial. “Es mejor prevenir antes que curar” reza el dicho popular.
Se aproximaba la hora cero, todo estaba en calma cuando llegaban todo bullangueros y animosos los famosos quemadores, ya no con docenas de cohetes, sino tal vez algunas gruesas (12x12=144) de los mismos y alguien los conducía hacia el inicio del camino que conduce al cerro. Los músicos probaban discretamente sus instrumentos. Se inició la quema al parecer conforme a las indicaciones dadas; sin embargo, ante una contraorden dichos quemadores volvieron a la puerta de la casa de la cumplimentada y empezó el bombardeo que se pretendió evitar a los vecinos. Uno de los hijos de éstos, salió airoso a su balcón y empezó a vociferar no sin antes esquivar un casi certero cohetón en medio de las risotadas de los celebrantes. La potente voz del joven hizo callar por un instante a la numerosa manifestación que escuchaba su amenaza, pero luego y con más ensañamiento prosiguió la hostilidad, ante lo cual el oponente se retira, entra en su habitación y sale nuevamente a su balcón esgrimiendo un  revólver  SMITH WESSON  cañón largo calibre 38 y con él empieza una verdadera batalla de cohetes y de balas. Los quemadores, músicos y asistentes corrían despavoridos en diferentes direcciones, algunos se tiraban en el piso de la calle, el portón que ya se había abierto, cerró violentamente y todo iba quedando en pasmoso silencio. El combate había terminado y la fiesta también. Minutos después, se veía carreras afligidas y hasta llantos que salían y entraban de la casona. Llegaron con el médico y el sanitario, alguien estaba herido o algo malo estaba acaeciendo. Efectivamente, ya se escuchaban los comentarios a estas alturas de la noche: la cumplimentada estaba grave, su avanzada edad no soportó el incidente, desmayó y perdió el conocimiento. Costó algunos días para su recuperación.
Mientras tanto, el vecindario esperaba ver las funestas consecuencias como hubiera sido una denuncia por uso de arma de fuego, inspección de numerosas  proyectiles que impactaron en la pared de la casona, intento de asesinato, juicio furibundo en Chota, etc, etc. Nada de ello sucedió y todo no pasó de ser un incidente provocado por los cohetes y las balas que pudo traer cola y hoy sólo es un acto anecdótico que puede tener el valor de una enseñanza.





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