131.- CHACO Y SU AMO
Había una vez un señor de “buenas prendas”, es decir, que
provenía de buena familia, gozaba de prestigio y a la vez, era ejemplar trabajador, propietario de
algunos inmuebles como su amplia casa habitación y sus invernas de pastizales y
otros terrenos de cultivo en la playa y en la jalca. Trataba bien a sus
trabajadores, los mismos que siempre le brindaban respeto y consideración, como
todo el vecindario. Respondía al nombre de Milciades,
era alto,robusto y de buena presencia.
En la ciudad vestía de terno de casimir inglés oscuro,
camisa y corbata elegantes, zapatos de cuero de becerro y sombrero de paño borsalino. Para las faenas
del campo usaba ropa sencilla y botas. Su esposa se llamaba Elvira, que además
de administrar su casa hogar, trabajaba en su tienda de comercio. Sus hijos:
Gliceria y Segundo Milcíades. Su hija adoptiva era María y su nieta Maruja. En aquel entonces nunca les faltaba empleadas domésticas y hortelanos, igual
que peones para cultivar sus tierras y cuidar de su ganado.
Si bien no podía considerarse como “hacendado” por la pequeña
extensión de sus terrenos que medían pocas hectáreas, pero sí disfrutaba de
comodidades y buenas costumbres. Gustaba de reunirse con sus familiares y
amigos en fiestas locales, tertulias y juegos de casino y poker.
Contaba que en su juventud tuvo un percance al ser atacado
por los bandoleros, que se defendió y logró escabullirse, pero fue herido de
cierta gravedad. Atendido por el boticario don Juan llegó a sanar, pero la bala
quedo alojada por siempre cerca del hígado sin haberle causado daño
significativo. Eso le habían confirmado los
médicos cuando posteriormente estuvo en Lima.
Tenía un amigo inseparable, estaba donde él estaba,
especialmente en el campo y obedecía sus órdenes al pie de la letra, mejor
dicho a golpe de voz. Se llamaba Chaco y
en la ciudad lo acompañaba a sus visitas y reuniones
quedándose en la puerta de entrada como fiel guardián hasta su salida, aún que
fuera por muchas horas y por él lo ubicaban las personas que le buscaban.
Era grande, de raza criolla, color gris negro, pelaje
abundante, ágil y de mirada penetrante y vivaz. Al contrario de los perros de
raza fina, no le temía al arranque y explosión de los cohetes, antes bien,
trataba de atraparlos cuando los prendían y empezaban su ascenso.
Cara de pocos amigos, solamente obedecía y seguía a su amo, a
veces a Pancho su criado ayudante que lo atendía en casa con su alimento y
cuidados.
Cuantas veces iba don Milcíades a sus cercanos terrenos de la Banda de
Corillama o de Las Tunas, presuroso y entusiasta se ponía en marcha también, más aún si su amo
cabalgaba hacia sus terrenos de la jalca en El Granero, manteniendo a distancia
a los perros que salían a ladrarlos de las casas a lo largo del camino. Ahora, si
alguno se atrevía a atacarlo, recibía feroz golpiza y mordiscos. Siempre estaba
cerca de su amo mientras revisaba los cercos y alambradas y disponía las tareas
de peones y hortelano. Ambos hacían la siesta sombreando juntos bajo un árbol y se
notaba un recíproco cariño.
Posiblemente ya había sobrepasado los diez años y era más que
adulto, cuando su septuagenario amo enferma de presión arterial alta y muere
súbitamente a la mitad del siglo pasado. Durante su velorio y sepelio, ni un
instante consiguieron apartarlo de su lado. Los comentarios sobre la fidelidad
de Chaco ya se hacían ostensibles por campo y pueblo. Pero lo más sorprendente
vino en los treinta días subsiguientes: Lograba liberarse de la cadena o soga
que le ataba en el corral o en el patio de la casa, nadie podía detenerlo y
corriendo se dirigía a los terrenos para buscar a su extinto dueño, revisaba y
husmeaba las chacras e invernas, ladraba
fuerte por todos los rincones y como no aparecía, levantando su cabeza al
infinito aullaba prolongada y lastimeramente.
Ni las crecidas aguas del Tuspón por temporada lluviosa podían
detener al doliente inconsolable, ni la gente que le amenazaban con piedras y
con palo para que se retire de la puerta del cementerio y deje de aullar y
escarbar el piso lograban alejarlo. Al anochecer regresaba a casa melancólico y cansado hasta
el siguiente día.
Los vecinos al escucharlo salían de sus casas rurales para lamentar el
hecho, se compadecían hasta las lágrimas de tan lacerante cuadro. Avisaban a los deudos en la ciudad, pero nada podían
hacer, pues todos los días se repetía la escena. Hasta que llegó el final, tuvieron
que aceptar y ordenar su sacrificio. Un certero
tiro de fusil de un policía terminó con el calvario del amigo más fiel
de don Milciades Gálvez Cabrera. Chaco es una muestra inolvidable de lealtad
tacabambina. Fue enterrado discriminatoriamente tras del cementerio.
Chiclayo, Agosto del 2014 bocanegraaugusto@hotmail.es
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