martes, 30 de julio de 2013

26. LA GUEVARONA

LA GUEVARONA

Era Chota, la ciudad de a mediados del siglo XX, albergaba aún la aspiración de la juventud estudiosa de muchos distritos, también de otras provincias vecinas y algunos lugares distantes del país, dada la falta de centros educativos de educación media y el prestigio del centenario San Juan su colegio.

Al estilo universitario, se tenía que rendir examen de ingreso y de los aprobados, los que obtenían los calificativos más altos y económicamente lo requerían, eran beneficiados con la beca que se efectivizaba con el internado consistente en cama y comida gratuitas dentro del plantel (alumnos internos).

Desde un principio, éramos testigos y partícipes de la estrictez de don Antenor Tantaleán Zorrilla el regente. Recuerdo, a un amigo paisano cuya familia ya residía en ésa, era César Alvarado Quijano, y como “no hay César bueno”, cuál habrá sido su trayectoria conductual dentro de la palomillada en los estudios primarios, que , estando ya sentado en la carpeta, listo para rendir la prueba, a la vista del público en la plaza y frente al local del colegio, de una manera airada lo retiró del evento aduciendo que el buen comportamiento es el requisito fundamental para estudiar en el San Juan. Sin más explicación, César no pudo ingresar a la Secundaria en el glorioso. ¡Qué tiempos aquellos!.

Tantas son las vivencias que un estudiante experimenta a lo largo de los cinco años de estudios que vale la pena grabar algunas en el papel y difundirlas a manera de anécdotas y amenidades propias de nuestros pretéritos tiempos para el solaz de los lectores y amantes de las remembranzas. También, por qué no, para los de la “generation X” que sentirán asombro e hilaridad al conocerlas, época estudiantil de sus padres y abuelos.

En el barrio donde yo moraba, la empinada calle Gregorio Malca, cuadra del vecino don Noé Malca, prestigioso profesor y ciudadano, por allí mi cuarto de estudiante compartido con mi hermano Luis. Cerca, en la casa de la esquina, domiciliaba una señora bien aseñorada, alta de talla, enjuta de cuerpo, cabellera con trenzas, dentadura postiza, bigotes apenas pintones, zapatos de charol y medio taco, de filosófica conversación y crítica mordaz, cumplida obligación social, ilustrísima humana soledad, grata compañía familiar canina, etc, etc.



En su tras nadie la trataba por su nombre sino por su apodo “GUEVARONA”, una mezcla de su apellido Guevara y de su histórico abolengo y apariencia: FARAONA o VARONA (por baronesa). Las personas que bien le conocían y alternaban de vez en cuando con ella, la trataban de LUCÍA que bien lucía con sus atuendos con los que no faltaba a toda misa de todo género que concluían en la mesa y atenciones en casa de los anfitriones.


Al pasar por la puerta de su casa que alquilaba cada cierto tiempo por diferentes puntos de la ciudad, escuchábamos dentro a la GUEVARONA en amena conversación que era contestada de momento en momento por los ladridos de sus interlocutores. ¿Quiénes eran? 

Sencillamente “VIOLETITA”, “MOTITA”, “CLAVELITO” y “JAZMÍNCITO”, quienes sentados en la tarima, banca o silla estaban atentos a las órdenes y conversaciones de su ama.

Les decía por ejemplo, como se portan tan bien mis queridos hijos, se merecen con mi beneplácito el premio de un paseo y visita a las personas que gentilmente nos han invitado. Luego de la misa vendré por ustedes y nos constituiremos en la casa de don Tiburcio Vásquez que celebra el primer año de viudo. Así es que allí estaremos puntualmente . Guau, guau, guau, guau. ¿Se comportarán bien? Guau, guau, guau, guau.
Esta escena se repetía casi todos los días, no faltaban compromisos por difunto, bautizo, fiesta de cruz, de nacimiento, landaruto, pararayco, yunza, matrimonio, etc, pues era su máxima preocupación por averiguar estos sucesos, y montados todos en un eficaz e imaginario paracaídas aterrizaban con puntualidad en el lugar, fecha y hora indicados para tomar el “cafecito” o servirse la “comilona”.

En un principio como vemos, toda la familia perruna asistía, después, a raíz de un grave incidente, asistía solamente la GUEVARONA.

No faltan personas perspicaces que en sus frecuentes reuniones aperitivísticas tenían en la mira de sus críticas y especulaciones a nuestra protagonista y decidieron jugarle una pasada.
Era el cumpleaños de don Aurelio Collantes Guevara y la invitación prometía estar suculenta, por lo que desde la víspera se pusieron en acción los susodichos que planearon el desliz, poniéndose en contacto con el hortelano del cumplimentado a quien dieron una propina y sobretodo, le explicaron la conveniencia de terminar con la criticable costumbre de la auto invitada de siempre. Demás está decir el nombre de los amigos que tramaron el escarmiento, pero respondían a los apelativos de “Carreto” uno, “Torricho” el otro y “Culeco” el tercero. El cuarto "Tarzán" no participó dada la seriedad de su sotana.

Con tanta precisión estaba preparada la coartada que en cuanto entraron en la sala las mencionadas ama y familia perruna, muy discretamente el hortelano soltó a los perros de casa “Nerón” y “Bush”, que no solamente eran grandes sino más que todo bravos, y como aconsejados, se lanzaron contra los pequeños canes propinándoles tremenda mordisca, que llenó de confusión a los aún pocos asistentes, quienes pese a gritar y tratar de separarlos no pudieron calmar los ánimos caninos, ni siquiera el agua que les lanzaban en depósitos pudieron apaciguarlos hasta verlos fuera y revolcados en el lodo de la calle. 
La Guevarona en su desesperación y llanto apenas pudo levantar en brazos a Motita y Violetita, mientras Mincito y Clavelito, entre alaridos, jadeantes y magullados se retiraban a su casa siguiendo los presurosos pasos de su ama.

Si bien es cierto que en lo sucesivo los cuatro leales ya no asistían a las celebraciones con su dueña, ésta, de regreso les llevaba el “chane” que en una bolsa expresa de papel que portaba, les iba separando en cuanto le acercaban el azafate con los dulces y panecillos diciendo: esto es para Violetita, esto para Motita, esto para Jazmíncito, esto para Clavelito y esto para mí. Igual hacía con parte de los huesos y restos del banquete.



Las pocas personas que en realidad invitaban a Lucía terminaron por desanimarse de hacerlo en lo sucesivo por el excesivo consumo, que en realidad no lo era, más parecía ser por la sinvergüencería de la dama del entuerto, pero igual siempre llegaba ¿y qué?.
No se cual fue el final de la trayectoria de Lucía Guevara y compañía, su desaparición debe tener su explicación y trama. Averiguaré en los días que estaré en la Chota del recuerdo, cuando vaya a reunirme en junio con los de mi promoción sanjuanista del 57 al cumplir este año los 50 y celebrar como se merece las Bodas de Oro en medio de la gratitud y la añoranza.

Chiclayo, Abril del 2007 bocanegraaugusto@hotmail.es

“Temía al ridículo, hasta que aprendí a reírme de mí mismo”

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