miércoles, 31 de julio de 2013

75. LA DUENDA DE LOS MURILLO


LA DUENDA DE LOS MURILLO

Uno de los personajes tacabambinos más señeros y de fama local en su época, fue don Lorenzo Murillo (1850 - 1920) ; un maestro que además de su gran dedicación y cumplimiento de sus deberes, se hizo famoso por los severos castigos a sus alumnos que no aprendían como él lo requería o que se comportaban mal en el aula, en el patio de recreo o en la calle, aún en sus respectivos hogares. La escuela de entonces era de carácter municipal, antes de convertirse en estatal en 1905. 

Entre las formas de castigo que eran muchas, sobresalía por su implacable aplicación “La palmeta”, cuyos desfavorecidos alumnos narraban con detalles a las generaciones posteriores las anécdotas y pormenores. Consistía en una tabla de madera cual una pequeña raqueta de tenis, con algunos huecos y con mango, para golpear las palmas de las manos de los infractores y les dejaba una sensación dolorosa y ardor por muchas horas. Otra forma era el encierro al caer la tarde en el museo cual calabozo oscuro por una o más horas.

Vivía don Lorenzo con su esposa e hijos en una casa con paredes de piedra, barro y blanquimento deslucido en la fachada, techumbre de teja, en la zona del cerro Tres Cruces, por debajo del camino a Cutervo, donde está el primer puquial que une sus aguas con las del segundo , ditante una cuadra, llamado El Carricillo y que con el nombre de “La toma de los Murillo” atraviesa el camino a La Quinta (hoy avenida Salazar Fonseca) , luego el camino al Tingo, para desembocar en la poza Matea del Río Grande o Tacabamba.


Paisaje de carrizos y sauzales, rodeaban la casa, tres frondosos árboles de nogal cuya producción cuantiosa era objeto de negocio de sus hijos los hermanos Murillo que los llevaban a la escuela o a la plaza los jueves y domingos comerciales, frutos bien descascarados y lavados eran una delicia para la reconocida clientela. La madre los vendía con cáscara para teñir de marrón oscuro los tejidos, especialmente los ponchos de lana cordellatas. 

El puquial además, era lugar al que acudía el vecindario a llevar el agua cristalina y sabrosa, y con el consabido permiso, algunos llevaban su ganado para abrevarlo.

A la muerte de don Lorenzo, la familia emigró a la costa. Uno de los hijos estudió en el seminario de Lima y como sacerdote se hizo cargo de la parroquia de Motupe – Chiclayo – Lambayeque - a la que sirvió por muchísimos años. 

Los curas de Tacabamba lo visitaban frecuentemente a su amigo Murillo, los acompañaba el sacristán “Shabita” (Sebastián Aguirre), quien logró implantar en su terruño una gran festividad similar a la de Motupe, tan espléndida, como afamada, con una cruz también similar y con una peculiar historia. (ver Cruz de Chalpón grupo1- tema 13 y don Shabita y los difuntos grupo 3 tema 4 en el Blog Mi Tacabamba).

Los motupanos, cansados de la rutina administrativa del cura Murillo, después de cuatro décadas, decidieron disponer de las cuantiosas sumas de dinero que se recaudaban anualmente en la fiesta de la Cruz de Chalpón de Motupe, para emplearlas en obras públicas que beneficien a los moradores. Hicieron reclamos y quejas, memoriales y comisiones ante el obispado de Chiclayo, pero no eran escuchados.

Se cuenta que las limosnas, milagros, donaciones y pagos parroquiales por misas y sacramentos, durante todo el año y especialmente en las fiestas de año y media año del Sagrado Madero, eran considerables. Nadie sabía el verdadero fin que tomaban esos dineros, parte se confundía en los comités organizadores de la festividad y parte la Parroquia entregaba al Obispado. Lo demás, era una incógnita. Hasta que la feligresía, el pueblo motupano y sus autoridades se alzaron en bulliciosas protestas que condujeron a la toma del templo, la parroquia y a la destitución del sacerdote Murillo. Eran los años ochenta del siglo pasado.

Después se desempeñó por varios años en la parroquia de Torres Paz en el cercado de Chiclayo. Actualmente, muy aciano ya vive con algunos de sus familiares en el distrito de José Leonardo Ortiz. 

La Casa de los Murillo en Tacabamba quedó abandonada por muchos años, por lo que se comentaba que estaba “encantada” por la presencia de la duenda o cuda que era el terror de los menores y gente timorata. Era objeto de amenas historias o cuentos que los mayores narraban a los infantes con lujo de detalles. La Duenda, engendro tradicional y temerario, fémina, vieja, rubia, coja y enjuta que salía a bañarse en los puquiales de Los Murillo y del Carricillo, de cantos, silbos y risas misteriosos, bailaba y descansaba en las piedras azules grandes de estos manantiales. Cuando llegaban las personas adultas a lavar ropa o a bañarse, se escondía en los matorrales de carrizo, bejuco y enredaderas aledaños, si eran niños, gustaba de asustarlos y correrlos. Una vez, (de lo que doy fe) un grupo de muchachos curiosos llegamos al Carricillo para atrapar pececillos, alguien dio la voz de alarma gritando ¡la duenda! ¡la duenda! . todos corriendo despavoridos salimos cuesta arriba hacia el camino grande y cuando entrábamos en la ciudad nos dimos cuenta que Epifanio Cortegana no estaba. Avisamos en su casa y fueron en su busca, lo encontraron desmayado, echando espuma por la boca. Lo atendieron pero quedó enfermo de “susto” que nadie pudo curar. Después de dos meses murió sumamente extenuado y de aspecto calavérico.


Todo terminó con el tiempo, cuando los propietarios vendieron esos terrenos y los nuevos dueños, Portocarrero, Quintana y Acuña, demolieron la casa de los encantos e implantaron invernas de verdes pastizales y floreciente ganadería.

Por qué no narrar pues algo de la familia Murillo, para enriquecer las páginas histórico costumbristas de nuestro pueblo, sus arrabales y sus preclaros hijos que destacan dentro y especialmente fuera del terruño.

Chiclayo, mayo del 2011. bocanegraaugusto@hotmail.es 

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