miércoles, 31 de julio de 2013

90. BRIGADIER JULÓN

BRIGADIER JULÓN

Empezaban los años 30 y un joven campesino llamado Rumaldo Julón Castillo, natural de Gualango que en ese entonces era una de las haciendas de la familia Herrera, junto a su padre don Fructoso vendían siempre en el mercado dominical plaza de Tacabamba naranjas y zapotes en sendos sacos o costales, pero antes de terminar su tarea fue hecho prisionero por los guardias o policías que ayudados por personas “aparentes” capturaron a por lo menos treinta mozalbetes para llevarlos a “servir a la patria”. La cárcel estaba en la esquina de los jirones Cuzco y Dos de Mayo, local que mandó construir el Alcalde don José Santos Gálvez Avendaño, que posteriormente fue reconstruido para la Policía de Investigaciones y después para la Supervisión de Educación. 


Era ése un episodio de ajetreos y de llantos de los familiares de los “presos”; algunos conscriptos salían por la recomendación de sus patrones o personas influyentes. Julón pudo haber sido liberado porque su patrón era el hacendado don Fernando Herrera Herrera, pero parece que él estuvo decidido a ir a cumplir con el “Servicio Militar Obligatorio” y a pesar de que con algunos conscriptos hacían vivas al Perú , a los voluntarios, a la Madre Patria, etc, igual fueron llevados amarrados al siguiente día a Chota, capital de la Provincia, hasta donde iban los dolientes y a veces conseguían “sacarlos” previo “arreglo” con los “padrinos” en cuestión de soles.

A Chota llegaba el pedido de casi siempre cien conscriptos desde la “superioridad”, cuota que repartían entre los distritos y luego de efectuar la “calificación” o “depuración” para declararlos hábiles, los conducían a la costa norte del país, frontera con Ecuador, donde están los cuarteles militares del ejército. Lo cierto es que Rumaldo resultó en Marcavelica de la cálida Sullana. 

Posiblemente dada su fortaleza y habilidad nuestro paisano empezó a destacar en el Servicio, pronto asciende de soldado raso a cabo y a sargento y para misiones especiales es solicitado a otros cuarteles. Al cumplir con el tiempo estipulado pide continuar en el ejército y por sus propios méritos es llevado a Lima para incluirlo en la Guardia de Honor de Palacio de Gobierno, Regimiento de Caballería Mariscal Nieto y con un vistoso uniforme de color rojo y negro, botas granaderas, casco metálico reluciente con penacho de colores participaba de los afamados “cambios de guardia” hasta que fue nominado como Brigadier de su Compañía.


Una vez, dos señoritas disfrutaban del espectáculo delante del enrejado de Palacio y a su término, con el debido disimulo el Brigadier se acercó a ellas y las llamó: ¡niña Panchita! ¡niña Vidalina!. Las había reconocido como hijas del hacendado don Fernando. Ante tal sorpresa ellas intentaron retirarse prontamente, pero él les dijo: ¡niñas, soy su cholo Rumaldo!. Casi diez años habían pasado y ellas no le recordaban en un principio, pero al oírle decir que era hijo de su “arrendador” (arrendatario) el cholo Fructoso Julón en la hacienda Gualango y que cumplía además con el servicio de “semanero” en su casa de Tacabamba, le reconocieron y empezaron a conversar previo el permiso obtenido por el Brigadier. Entre tantas cosas que se dijeron, las “niñas” le dieron la mala noticia de la grave enfermedad que padecía su padre y de la precaria situación de sus familiares en aquel “arriendo” que conducían.

En los días subsiguientes Rumaldo decidió visitar a los suyos en Tacabamba y gestionando la consabida licencia emprendió el retorno. Fue tocado en lo más profundo de su ser por el terruño querido que había dejado un día. Al llegar a su cabaña encontró el cariño y atenciones de sus vecinos y de hecho asumió la responsabilidad de su hogar humilde. Murió Fructoso y Rumaldo empezó a cultivar las chacras y velar por la crianza de sus animales. Al parecer, había tomado una férrea y definitiva decisión.

Vencido el permiso concedido empezaron a requerirlo en su regimiento sin ningún resultado, ante lo cual, destacaron a dos de sus compañeros para seguirlo hasta su domicilio y tras ardua travesía que duraba algunos días, llegaron preguntando al referido bohío. Estaba en la chacra de enfrente a cierta distancia del camino que bajaba al río Guineamayo, se escuchaba su potente voz de mando: ¡us pinto us! ¡hale buey hale! ¡tesa bayo tesa!. Prendido al arado puya en mano, abría los surcos de su tierra ajena, ante el llamado de los visitantes hundió profundo la punta y paró la faena para reencontrarse con sus compañeros de armas. Se confundieron en abrazos dos uniformados y un cholo campesino con sombrero raído, camisa de vichí azargado, pantalones de bayeta con faja a la cintura, descalzo y sudoroso.

Venimos por ti Rumaldo, ¿qué ha pasado? Nuestros jefes te reclaman y nos vamos. No va ser José, no va ser Mariano. Ha muerto mi padre y tengo que ver por mi casa y mi familia. 

Inútiles fueron las persuasiones de sus camaradas y más bien ellos fueron los portadores de una carta de renuncia para su comando.

Muy dura y emotiva pudo haber sido la despedida, pero así como el deber un día lo llevó a la Madre Patria, el mismo deber ahora lo detiene ante el sabor incontrastable de la Madre Tierra y sus congéneres de sangre.

No solamente su tierruca y su familia fueron beneficiados por el patriotismo de este brigadier palaciego, sino también los niños de la Escuelita de Puña, los visitaba, les enseñaba junto con su maestra, los preparaba militarmente para el desfile de Fiestas Patrias en la ciudad de Tacabamba, él mismo los llevaba vestido con su uniforme de gala de Brigadier de la Guardia de Honor de Palacio y presentaba por varios años el espectáculo - dramatización de la “Guerra con Chile” ganándose los aplausos y el reconocimiento del público y las autoridades. El final de su existencia aún es una incógnita.

Un héroe anónimo tan grande como la modestia de su vida, tan pequeño como nuestra gratitud, tan justo como el cariño a nuestro terruño, tan admirable como el prestigio que supo dar a su Tacabamba.

Augusto Bocanegra Gálvez 

. “Yo desprecié los grados y distinciones. Aspiraba a un destino más honroso: Derramar mi sangre por la libertad de mi Patria”. (Simón Bolívar)

“El terruño es la patria del corazón”. (José Ingenieros)

“Quien bien ordena su casa, puede gobernar la patria”.

“El amor a la patria es el odio invencible a quien la oprime, es el rencor eterno a quien la ataca”. (José Martí)





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